Boualem Sansal y el silencio que acusa: la traición selectiva de las ONG internacionales

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En el mundo de los derechos humanos, el silencio puede ser más elocuente que cualquier discurso. Cuando quienes dicen hablar en nombre de la libertad y la justicia callan ante una injusticia flagrante, ese silencio se convierte en complicidad. Tal es el caso de Boualem Sansal, escritor argelino reconocido por su lucidez y su independencia de pensamiento, hoy relegado al ostracismo en su propio país por atreverse a pensar fuera del guion.

Sansal no ha cometido más crimen que el de ejercer su libertad. No adula al poder, no reproduce consignas cómodas, no se pliega a las narrativas oficiales. Su escritura, tan incisiva como serena, interroga al sistema y a la sociedad. Pero en un contexto donde disentir es peligroso, esa libertad de palabra se paga cara. Sansal ha sido excluido, desprogramado y acusado de traición en Argelia. Lo alarmante no es solo la reacción de su país, sino el silencio atronador de las organizaciones internacionales que supuestamente velan por los derechos fundamentales.

Frente a esta situación, las grandes ONG —aquellas que suelen movilizarse ante cualquier atisbo de censura— han optado por no ver, no escuchar, no decir. Ningún comunicado, ninguna denuncia, ningún gesto de apoyo. Especialmente grave es el caso de Front Line Defenders, una entidad dedicada a proteger a los defensores de los derechos humanos, que ni siquiera ha incluido el caso Sansal en sus informes o campañas. No se trata de un olvido. Es una elección.

Porque en el escenario actual, la defensa de los derechos humanos ya no es siempre universal. Se ha vuelto estratégica, calculada, sujeta a prioridades geopolíticas o ideológicas. Se apoya a quienes encajan en un molde de disidencia aceptable, « fotogénica », útil para ciertos relatos. Los otros, los que incomodan, los que rompen el binarismo fácil de opresores y oprimidos, son descartados. Boualem Sansal no encaja. No milita, no se victimiza, no pide permiso para pensar. Por eso, lo dejan caer.

Esta actitud revela una preocupante deriva: el activismo selectivo. En Argelia, el espacio cívico se reduce día a día. Periodistas encarcelados, abogados perseguidos, asociaciones clausuradas. Y sin embargo, las grandes voces internacionales callan. ¿Por miedo? ¿Por cálculo? ¿Por desinterés? Sea cual sea la razón, el resultado es el mismo: una traición moral.

Porque indignarse no debería ser un acto condicionado. Ni una herramienta de comunicación. Es un imperativo ético. Defender a quienes piensan distinto, a quienes no tienen aliados poderosos, a quienes resultan incómodos, es precisamente donde más se prueba la integridad de una causa.

Boualem Sansal no ha pedido apoyo. Solo ha defendido su derecho a hablar libremente. Pero ese derecho, tan básico como frágil, solo sobrevive si se defiende incluso —y sobre todo— cuando es incómodo. El silencio de las ONG no es neutral. Es una toma de posición. Y, en este caso, una falta grave.

Si las organizaciones internacionales desean conservar su legitimidad, deben reaprender a defender sin etiquetas, a levantar la voz cuando cuesta, a estar del lado de la libertad aunque no encaje en su narrativa. Porque en el terreno de los derechos humanos, callar no es abstenerse: es elegir. Y a veces, es condenar.


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