Los países del norte de África: uno de los frentes de una yihad internacional en recomposición desde 2017
La reconquista de la ciudad de Mosul en julio de 2017 de manos de los combatientes del Estado Islámico (EI) fue el punto de partida de algunos investigadores han llamado el “quinto acto” de la guerra contra el terrorismo. Esta nueva fase, que coincide con el declive territorial de los movimientos yihadistas y la pérdida de sus santuarios, corresponde a un fenómeno de reconfiguración de la yihad internacional.
El yihadismo sigue representando una amenaza persistente en varias regiones del mundo, incluida la mediterránea. Junto a la amenaza que representa un recrudecimiento de los ataques terroristas en Europa, los países en la orilla sur del Mediterráneo están especialmente expuestos al riesgo de ataques yihadistas en su territorio, que tienen un efecto desestabilizador en la situación de seguridad de esta región, que se ha convertido en uno de los “frentes yihadistas” a nivel internacional.
El norte de África vivió el surgimiento de fenómenos yihadistas a partir de la década de 1990 y la “década oscura” de la guerra civil argelina desencadenada en enero de 1992 por la cancelación de la segunda vuelta de las elecciones legislativas. En este contexto, los 3.000 combatientes insurgentes que se concentraron en el Grupo Islámico Armado (GIA) no sólo contribuyeron a la desestabilización del país en la década de 1990, sino que también contribuyeron a la creación en enero de 2007 del movimiento Al-Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) que ahora juega un papel destacado en la expansión del terrorismo en los países de la franja del sahel sahariano. Si la cacería de combatientes de AQMI ha eliminado a muchos directivos de la organización en los últimos años, la persistencia de grupos guerrilleros yihadistas en los relieves de Cabilia sigue representando una amenaza para la seguridad de esta región como demuestran los tres atentados terroristas registrados en Argelia en 2021.
El territorio libio, que se ha convertido en el “núcleo del movimiento yihadista norteafricano”, también está directamente expuesto a ataques terroristas, como los perpetrados por el grupo Estado Islámico (EI) en mayo de 2018 en Trípoli y Ajdabiya . Además, el desarrollo de grupos yihadistas en territorio libio es un factor desestabilizador para los países vecinos, incluido Túnez, que desde 2012 es el principal proveedor de combatientes yihadistas extranjeros en el Levante (3.000 a 4.500 combatientes) y en Siria (1.000 combatientes). La fragilidad de la zona fronteriza entre Túnez y Libia quedó ilustrada en este sentido por el intento de captura de la ciudad de Ben Guerdane en marzo de 2016 por combatientes locales afiliados al grupo Estado Islámico (EI). Al oeste del territorio, Túnez ha tenido que lidiar con el establecimiento desde 2013 de la katiba Okba Ibn Nafaa adscrita a AQMI.
Si bien Marruecos parece menos afectado por este riesgo que otros países de la región, el desmantelamiento por parte de las fuerzas de seguridad marroquíes de 36 redes terroristas entre 2015 y 2017 ilustra la naturaleza transversal de la amenaza en el norte de África.
Egipto es otro de los países que han sufrido una desestabilización de su situación de seguridad bajo la influencia de la situación en Libia. Este país ha experimentado un resurgimiento de ataques terroristas en su territorio. En primer lugar, el desierto occidental egipcio, próximo a su frontera con Libia, concentra varios ataques reivindicados por diversos grupos yihadistas que mantienen vínculos con Libia, entre ellos, el movimiento Ansar al-Islam, adscrito a las redes de Al-Qaeda. El riesgo de convergencia de estos grupos con otros grupos armados de oposición a los regímenes presentes en el Valle del Nilo, como los movimientos Liwaa El Thawra y Hassm, refuerza el riesgo de desestabilización que supone el desarrollo de la yihad en este país. Al mismo tiempo, Egipto se enfrenta a los ataques de la wilaya del Sinaí del Estado Islámico en el este de su territorio, que en noviembre de 2017 llevó a cabo el ataque a la mezquita sufí de Al-Rawda (más de 300 muertos) y que constituyó en 2019 la principal fuerza yihadista del norte de África con 1.500 combatientes según la administración estadounidense.
Este recorrido por la región mediterránea muestra que, a pesar de los diversos esfuerzos de la comunidad internacional, más que estabilizar la región, se ha producido un repunte de la violencia y de la inestabilidad. Los grupos insurgentes se reproducen por doquier y el sur del mediterráneo parece ser el teatro de operaciones de la nueva Yihad, en detrimento de su presencia en Siria y en Irak. Esto, unido a su financiación a través de las diversas actividades del crimen organizado, hace que estas organizaciones cada vez sean más fuertes y tengan unas capacidades superiores. La imbricación de causas es uno de los principales problemas del continente, así como la dificultad de implementar las bases de Estados fuertes y potentes. En definitiva, además de pacificar, los procesos de desarrollo son cruciales para el futuro de la región, que necesita Estados fuertes, con ejércitos capaces de haecer frente a la amenaza terrorista, eliminando los grupúsculos y melicias que puedan apoyar el yihadismo islámico en la región. Es, por tanto, necesario abordar la situación de forma holística y reconducir y unificar los ingentes esfuerzos que la comunidad internacional lleva a cabo en esta área en concreto