Europa ante la degradación de la seguridad en el Mediterráneo
Actualmente, la Unión Europea se encuentra rodeada de focos con graves crisis de seguridad, viéndose bajo la presión de potencias líderes (China, Rusia) y regionales (Turquía, Irán). Dispuestos a aprovechar el contexto actual de inestabilidad para imponer su voluntad estratégica como medio de afirmar su poder. Así, la UE se enfrenta el desafío de una exacerbación de las rivalidades globales, donde los equilibrios de poder intentan resolver las disputas por sí mismos sin entrar en el juego diplomático.
El valor de la competencia estratégica en el mediterráneo.
Como encrucijada estratégica, donde las tensiones también son inseparables de las cuestiones energéticas, esta región se ha convertido en el escenario de una lucha por la influencia exacerbada de la injerencia extranjera. Actualmente, asistimos a una aceleración en la proliferación de capacidades convencionales avanzadas, que, ahora accesibles a poderes regionales y actores no estatales, se han convertido en amenazas cercanas al territorio europeo. Hoy, todos estos estados ya no dudan en amenazar abiertamente con la escalada militar, y con el uso desinhibido de la fuerza mediante acciones militares disuasorias, por debajo del umbral del conflicto abierto y muy a menudo subversivas.
De esta manera, al cultivar la ambigüedad, estas potencias aprovechan la debilidad del derecho internacional, desafiando los acuerdos multilaterales para imponer su voluntad a través de la política del hecho consumado. En tal contexto, el uso de la dimensión militar se revela rentable para aquellos estados que aprovechan las oportunidades de proyectarse con medios proporcionados a terceros a través de intermediarios o proxys.
Sin embargo, las democracias europeas están mostrando una gran apatía geopolítica, facilitando la instrumentalización de sus vulnerabilidades a través de la intimidación y la subversión suave, lo que tiene el efecto de generar un sentimiento de inseguridad permanente. La Unión se esfuerza por ofrecer una respuesta creíble y coordinada para defender de forma eficaz y soberana la integridad de sus fronteras. Un claro ejemplo es el de Grecia y Chipre, que se encuentran en primera línea ante las maniobras hostiles de Ankara, con numerosas provocaciones en sus respectivos espacios marítimos, terrestres y aéreos (prospección ilegal, violación del embargo de armas destinado a Libia, instrumentalización de flujos migratorios…).
Pero sobre todo, la situación en el Mediterráneo atestigua la vuelta del uso estratégico del mar, uno de los pilares del poder de un Estado, convirtiéndose en una zona de fricción, de demostración de poder, muchas veces desinhibida gracias a la ausencia de fronteras físicas, un espacio común donde las reglas son fácilmente eludidas y reemplazadas por la ley del más fuerte, y que en el futuro corre el riesgo de convertirse en una zona de enfrentamiento. En conclusión, la implementación de un pilar de fuerza europeo podría garantizar algunas de las misiones estratégicas y de seguridad necesarias para estabilizar el entorno europeo. Estos esfuerzos podrían ir acompañados de una mejor coordinación de una nueva defensa europea común, incluso al margen de la OTAN