Turquía: de la dependencia de la OTAN a la búsqueda de una autonomía estratégica

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Debido a la Primavera Árabe de 2010 a 2012 y al apoyo brindado por Ankara a los partidos islamistas en Egipto, Túnez, Libia y Siria, las relaciones de Turquía con sus vecinos árabes se deterioraron. El deterioro del contexto de seguridad regional ha estado acompañado, desde 2014, por el apoyo de los estados occidentales a los kurdos de Siria e Irak, testimoniando así el aislamiento político de Turquía. La situación alcanzó su clímax con la reanudación de las hostilidades contra el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) en 2015 y el fallido golpe militar de julio de 2016 atribuido a la hermandad de Fethullah Gülen. Este episodio condujo a una crisis sin precedentes con Occidente, acusando el presidente Erdoğan a Estados Unidos de haber fomentado el golpe.

Tras la “presidencialización” de su régimen político, Ankara está militarizando su diplomacia, desarrollando su industria de defensa, cuyo máximo exponente es el Dron Bayraktar TB2, y emprendiendo un activismo regional total, caracterizado por numerosas provocaciones contra los países occidentales, por un lado, y por varias operaciones externas llevadas a cabo fuera del marco de la OTAN, por otro, apoyándose ambas en una diplomacia virulenta y una política de hechos consumados.

La política exterior turca muestra una ambigüedad estratégica voluntaria hacia la participación de la OTAN. Las provocaciones de Turquía, encaminadas a poner a prueba los límites del sistema internacional para hacerlos evolucionar a su favor, se basan en la ambiciosa doctrina marítima de la “Patria Azul”. Esta tiene como objetivo aumentar el espacio marítimo turco para transformarlo en un espacio central entre el Mediterráneo y la zona del Indo-Pacífico, al tiempo que otorga a Turquía un excedente de recursos estratégicos. La presencia reiterada del buque de investigación sísmica Oruç Reis o de fragatas turcas en aguas griegas son ejemplos de provocaciones que prueban los límites del marco de la OTAN para Turquía.

Las operaciones militares realizadas en Siria, Irak, Libia y Nagorno-Karabaj constituyen, por su parte, medios de emancipación de la tutela militar y diplomática de la Alianza Atlántica. Para ello, Turquía ha forjado una alianza política de conveniencia con Rusia, impulsada por el deseo común de marginar a los occidentales en Oriente Medio. De hecho, la evolución de los teatros sirio, libio y caucásico ahora parece estructurada en gran parte por la rivalidad ruso-turca. Sin embargo, Turquía sigue siendo una potencia regional emergente en busca de reconocimiento. La búsqueda de una autonomía estratégica no apunta a abandonar la OTAN, fuente de importantes garantías de seguridad, sino más bien a afirmar mejor su lugar dentro de la Alianza y desempeñar un papel de intermediario entre Occidente y Oriente Medio.

De esta manera, Recep Tayyip Erdoğan ha registrado varios éxitos notables últimamente. En Siria, en el momento de la ofensiva Fuente de la Paz en octubre de 2019, las tropas estadounidenses se retiraron por decisión del presidente Trump, confiando entonces Estados Unidos la misión a Turquía para impedir la reconstitución de las capacidades de la organización del Estado Islámico. Durante la retirada de las tropas occidentales de Afganistán en agosto de 2021, se acercó a Turquía para que mantuviera el control del aeropuerto de Kabul, aunque el tema aún estaba en negociación con los talibanes. Finalmente, desde la entrada de las fuerzas rusas en territorio ucraniano, el presidente Erdoğan se presenta, hasta la fecha, como el único líder de la OTAN capaz de mediar entre el presidente ruso Vladimir Putin y su homólogo ucraniano Volodymyr Zelensky. Para Turquía, la OTAN hoy parece tácticamente funcional pero estratégicamente deficiente. Negociar hábilmente su compromiso sin cruzar nunca ninguna línea roja sigue siendo para Ankara la mejor manera de resolver esta contradicción y permitir su afirmación política bajo la sombra del paraguas nuclear estadounidense. Incluso si la guerra en Ucrania ha vuelto a centrar a la OTAN en sus objetivos principales, el hecho es que las relaciones entre la OTAN y Turquía han cambiado de naturaleza desde que Ankara convirtió sus vínculos con la Alianza en palancas de acción para su política exterior. Por estas dos razones, garantía de seguridad y palanca de acción, la OTAN sigue siendo esencial para la autonomía estratégica turca, a costa de una ambigüedad estratégica calculada. La incertidumbre que mantiene Estados Unidos sobre los propósitos de la Alianza Atlántica ofrece también a Ankara un marco ideal para el ejercicio y resolución política de su nueva rivalidad con los países europeos, en particular Grecia y Francia. Marginar a Europa para hacerse más indispensable para Washington, tal es la estrategia que guía la política de alianzas turca durante los últimos años.


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